A GOLPE DE MAR
Ismael, el cronista del feroz duelo entre Ahab y 'su' ballena, describe los síntomas: cada vez que siento en la boca una amargura creciente; cada vez que se filtra en mi alma un noviembre húmedo y lluvioso;... entonces reconozco que ha llegado el momento de hacerme a la mar lo antes posible.
Paqui Martín volvió hacerse a la mar. Conoce el paisaje, lo ha visitado anteriormente. Miento. La gente de la mar sabe que es infinito el número de mares que pueden romper su costa, distinto cada uno, siempre sorprendente y nuevo. Ella ha vuelto hacerse a la mar, a otros mares hasta ahora ignotos.
En la cubeta, su inmenso océano, ha moldeado, amasado y rasgado mares con sus manos; se ha sumergido en las entrañas de la apacible bestia dormida y domeñado furiosas tempestades para ceñirlas al papel.
Explora este territorio nuevo con trazo fuerte. La línea, la misma que sirve para dibujar letras y enhebrarlas, que guía la mano que escribe, aquí graba la cartografía de ese mar desconocido, su situación y estado. A veces una suave caricia de color, atardeciendo, sujeta la tierra firme o insinúa, sutil, un horizonte.
Trabajo arduo el escribir sobre la misma superficie de las olas, a golpe de viento, luz y espuma. (Inevitable Vallejo: quiero escribir, pero me sale espuma.) Su grafía, intensa y precisa como un bofetón de mar.
A la vez, el gesto es amplio y detenido en los detalles. Hay una suerte de manierismo. Allí donde rompe el mar, el detalle es minucioso.
Otras, el trazo grueso se quiebra, rasga la superficie calma y aflora un camino, una carretera en el páramo oceánico, casi mineral, puro azogue.
Siempre, ante un mar insondable del que emergen con igual fuerza sosiego y terror.
La metáfora solo hace feliz a los malos escritores. Se lo atribuyo a Eduardo Torres no sé si con acierto; y si no lo dijo, seguro que lo pensó.
Estos grabados no son una metáfora del mar. Son mar. Un mar a veces terrible, bronco, de una furia omnipotente que desparrama y muestra, orgulloso, los restos del naufragio. Otras, una superficie calma y densa que espejea, oculta, una tensión de fondo.
El mar, no el sustantivo, el mar físico es metáfora más que paisaje: Bestia apacible y cruel Leviatán. Para Ismael, sabio en mares, es la imagen inasible de la vida: he ahí la clave de todo. Eso es lo que ha salido a buscar Paqui. A golpe de mar. A golpe de vida.
Carlos Álvarez
Septiembre de 2007
Imágenes de un mar en tormenta
En los conocidos como papeles Windsor, los dibujos que Leonardo da Vinci hizo del agua sirven para ilustrar sus teoría como ingeniero. Espuma, remolinos, líquido que se derrama y se condensa sirven para ilustrar sus teorías de los vórtices. Sin embargo, la belleza de esta agua en movimiento los convierte en fascinantes obras de arte.
En estos dibujos, Leonardo da una visión del movimiento acuático muy cercana, casi imposible de encontrar en los siglos siguientes a pesar de la creciente importancia del agua- desde fuentes hasta mar en tormenta- en las artes visuales de la modernidad. Pese a su lejanía en el tiempo, estos apuntes leonardescos resultan de una inmediatez, de una modernidad, asombrosas. El mar visto desde dentro, observado desde confines remotos, el agua en su esencia.
El mar aparece desde hace años, como una constante, en la obra de Paqui Martín. Elemento de una cartografía imaginada, lugar de ensoñación o de actividad incesante, el mar aparece una y otra vez en sus grabados.
En su obra reciente, la realizada desde hace un año, el mar adquiere una potencia diferente en su representación: amplio, majestuoso, bajo cielos de tormenta o de calma. El mar se transforma ahora en un magma poderoso, en un paisaje plagado de secuencias, en el espejo donde se refleja la artista.
Lo encontrado, lo buscado, lo perdido: el mar se convierte en una metáfora poderosa del sentido de la vida. Bajo un cielo nocturno, el paisaje doble que inaugura esta serie adquiere una dureza casi metálica. En los sucesivos grabados, el mar se amansa o se transforma en la tormenta, se pierde en la lejanía o, en la mayoría de los casos, adquiere el protagonismo total del cuadro. El cielo que lo cubre, sereno o tormentoso, es de una riqueza excepcional. En algunos casos, el color, apenas sugerido entre las tintas negras y azules, tiñe de ocre o de violeta los paisajes.
Paqui Martín es una investigadora incansable en el grabado, en las diferentes formas de hacerlo, en los variados elementos que lo configuran. Estos grabados, alguno de los cuales alcanza una magnitud considerable en su tamaño, articulan un lenguaje sincero, una visión íntima del sentido de la vida. La relación física con la plancha, la multiplicidad de elementos que utiliza, impregnan a esta obra de un sentido nuevo, de una suerte de “action painting”, de un esfuerzo físico que en el resultado, por su elegancia, por su sentido de la composición, apenas se trasluce. Sin embargo, estudiar detalladamente cada uno de estos grabados es entrar en un mundo secreto, en una especie de mapa en el que seres extraordinarios habitan el agua. Los detalles, usados en uno de los grabados como origen de varios monotipos, alcanzan personalidad propia y delatan un perfeccionismo en apariencia imposible. Cada línea, cada variación del color, se encuadran en una exquisita mirada, en una composición enmarcada, amparada, en las innumerables imágenes del agua.
Una visión desde el interior del agua, desde los límites inasibles del mar.
Angeles Alemán
Septiembre 2007
Profesora Titular de Historia de la ULPGC
Crítica de Arte
Encuentro entre la Poesía y el Grabado
Hay quien sostiene que la poesía es la forma perfecta para expresar los sentimientos más puros, íntimos y sublimes. Pero también debemos reconocer que hay versos cargados de rabia, odio y venganza. Por ello vamos a definirla como expresión sincera de los sentimientos.
Si en un primer momento todo estuvo reglamentado por la medida de los versos y su obligatoria rima, el poeta ha sabido quitar de en medio esos estrechos corsés, y ganar así en frescura y espontaneidad.
Al grabado le ha caído tradicionalmente el sambenito de arte frío, distante, cuando no de rareza no común en los tiempos en que vivimos, pero actualmente se hace tanto grabado como en el renacimiento o en el barroco, si bien las técnicas han sido mejoradas y por lo tanto dan más de sí. La fotografía, la litografía, etc., viene a cubrir campos que antes eran propios de la estampa y del grabado, pero éste reivindica su primogenitura y se hace un hueco en las llamadas artes plásticas.
La poesía de Fernando González Rodríguez ha sido la base inspiradora para una ya consagrada Paqui Martín. Nunca la palabra dejó de ser el instrumento básico de comunicación humana, pero la escritura vino a darle “cuasi inmortalidad”. Siempre el plasmar con solidez lo etéreo ha sido un arte reservado a los elegidos y así, tomar la palabra sentida del poeta teldense y universal, como motivo de creación plástica ha sido y es un acierto de esta buscadora incansable de nuevas formas de expresión.
Si la poesía de Fernando González supuso un revulsivo para todos los suyos, por lo que tenía de sencilla, limpia y clara, los grabados de Paqui Martín son su traslación a otro papel en donde la tinta también captura para nosotros sensaciones y sentimientos muy variados.
La literatura ha sido tradicionalmente fuente de inspiración para otras artes. La música es deudora de la poesía, no atreviéndonos a decir en qué porcentaje, pero sí afirmando que la primera generó en la segunda las más bellas páginas de su propia historia. Los teóricos de la escultura y de la pintura, no se ruborizaron por admitir que un Dante, Petrarca o un Boudalaire, fueron tan definitorios a la hora de tomarlos como fuentes de conocimiento, que si en ellos muchos bloques de piedra, trozos amorfos de metal y colores, agua, aceite, tabla, lienzo…no se hubiesen transformado en piezas únicas del Arte Universal.
Por estos lares es fácil comprobar las mutuas influencias entre los artistas plásticos y los literatos o entre los segundos y los primeros. Sólo recorrer la serie de cuadros intitulados “Oda al Atlántico” o “Poemas del Atlántico” y “Poemas de la Tierra”, del magistral pincel de Néstor Martín Fernández de la Torre “Néstor”, es extasiar nuestra alma con el ritmo armónico de las luces y colores, que mucho antes nos ofreciera el gran Tomás Morales en su “Rosas de Hércules”.
Poner literatura a la pintura o al grabado es lo que hacemos con frecuencia para atraer al espectador e intentar buscar las claves creadoras del artista, pero cuando estas últimas son tan evidentes como el caso que aquí exponemos, Fernando González – Paqui Martín, sólo podemos repetir hasta la saciedad que sin antes nos gustó la poesía “fernandiana”, por lo que tenía de auténtica y sobria, hoy nos atrae sobre manera los grabados “martinianos” por genuinos y vanguardistas.
La formación de uno y otro artista está avalada por años de experimentación y estudios académicos, pero también por la autodisciplina y el trabajo prolongado en el tiempo. Uno y otro buscan la verdad de verdades, sin claudicar de los principios básicos que hacen al ser humano único y por lo tanto irrepetible.
La artista Paqui Martín se adelanta así a otros tantos artistas que niegan la relación de su arte, por otro lado más evidente, con cualquier otro creador. Y lo hacen con tanta vehemencia que parece que en ello les va la vida. Cuando el humanista debe saber que a lo que realmente debemos aspirar es hacer suma que no restas ni dividendos. El hombre/la mujer como ser complejo de cuerpo animal, pero con intelecto moviéndose siempre en las fronteras del espíritu, tiene como meta la trascendencia, y como medio el continuo aprendizaje.
Fernando González, que reconoció en Montiano Placeres, Saulo Torón, Tomás Morales, Unamuno, Antonio Machado, y tanto otros un pupilaje de admiración y respeto, no sería tibio a la hora de ver la obra de Paqui Martín.
Antonio Mª González Padrón
Octubre 2001
Cronista Oficial de la Ciudad de Telde
Director de la Casa Museo León y Castillo
Mares recónditos
En la historia del arte canario asistimos a una peculiar dicotomía: en una islas donde el mar es omnipresente, la plástica ha tenido desde el principio un interés casi exacerbado por los paisajes interiores, las montañas y las medianías, mientras que en la poesía, teniendo como eje el Poema del Atlántico de Tomás Morales, el mar ha sido el sustrato permanente de una estética y de una melancolía propias del lugar.
Esta dicotomía se rompe a veces, en muy contadas ocasiones. Aparte del fabuloso Poema del Mar, obra plástica de Néstor en paralelo a la poética de Tomás Morales, encontramos una referencia al agua que nos rodea en la obra de Juan Ismael, que siempre supuso una mirada el mar desde la melancolía; en los casos más tradicionales de paisajistas como Colacho Massieu o Tomás Gómez Bosch, que dedicaron parte de su obra a atrapar la luz de los atardeceres en Las Canteras; en diversas, aunque escasas, miradas al mar de artistas recientes, desde obras en las que el mar se trabaja como un ente más conceptual que físico.
En una tradición plástica en que la mirada al mar es notable por su ausencia más que por su presencia, la obra de Paqui Martín supone un viaje a lo remoto más que a lo conocido.
Pero el viaje de esta artista no es un viaje solitario. Su visión, u más aún, su interpretación del mar, dese mapas renacentistas hasta fragmentos de olas, desde personajes como Poseidón y Tetis reencontrados de la mitología clásica, hasta las líneas fragmentarias de una tormenta en el norte de Europa, está inspirada, acompasada, por algunos versos, o algunos poemas, de Fernando González.
Los poemas de Fernando González, arropado por las estética atlántica de Tomás Morales y cercanos en sensibilidad y finura a los de Antonio Machado, transparentan una particular visión del mar, marcada por una soledad inmensa, que Paqui Martín ha sabido captar en sus grabados.
Explicar la íntima armonía que se desprende de la contemplación de los grabados de Paqui Martín al tiempo que recordamos los versos del poeta es difícil; en nuestra ayuda pueden venir las palabras que Gregorio G. Puigdeval escribió , en 1918, acerca de Fernando González:
No es el espectáculo de la Naturaleza lo que solamente se vislumbra a través del libro. No son estas visiones producto de una contemplación estática. La belleza plástica de cada una de ellas y el encanto poético de cada paisaje, no está en los atributos propios del mundo objetivo, sino en el mundo íntimo, espiritual del poeta, que se proyecta en aquél.
Esta proyección de un mundo propio, cercado en ocasiones por el silencio y en otras por el ruido del mar, acaece también en los grabados de Paqui Martín. Desde la obra iniciada a mitad de los noventa, en la que la superposición de imágenes reencontradas de antiguos cartógrafos aparecían fragmentadas y mezcladas, produciendo un resultado abarrocado y suntuoso, hasta la última experiencia como grabadora en Suecia, donde los relámpagos atraviesan el papel y la estética es casi minimalista, su mundo marino está plagado de sugerencias.
En algunos casos, y desde el principio, las olas adquieren personalidad única y propia, se desgajan del mar, y se convierten así, solitarias, en una suerte de seres marinos. En otras, la línea del paisaje se instala de manera nebulosa, y las aves y los perros que pintaba Piero di Cósimo aparecen como fantasmas conjurados por nuestra vista.
Los grabados de Paqui Martín no representan, sin embargo, el mar triste y tumultuoso que engulle a los marineros, y del que en algunas ocasiones escribió Fernando González en sus poemas más dramáticos. El mar que escoge, que representa alterado o en calma en sus cuadros, es un mar lleno de silencios, apaciguado por la noche o por la lejanía. Un mar sereno que bien podría ser definido por estos versos:
“Hay una barca azul que ahora navega
por el sereno mar de mi memoria…”
Angeles Alemán
Octubre 2001
Profesora Titular de Historia de la ULPGC
Crítica de Arte
Criaturas marinas.
Blancos, blancos, grises, negros. Los matices de los colores no colores, de los blancos y de los negros, s diversifican y aparecen en todo su esplendor en los grabados de Paqui Martín. A veces un sepia o un ocre atraviesa como un guiño o como un relámpago la superficie de sus grabados. Se trata, por lo demás, de grabados en los que el mar siempre está presente.
Aparece y se adensa el mar en estos cuadros cuidados, hermosos, desde la borrasca invocada por la poesía de F. Delgado, las cartografías míticas en las que el mundo estaba regido por los dioses, y en las que Océano y Tetis formaban una hermosa pareja.
Desde ellos, los dioses, la progenie de las criaturas marinas encuentra en estos papeles densos, ricos de textura, su acomodo. Las olas se transforman en la tinta certera que pinta las olas del maremoto en los grabados japoneses del siglo XIX, que tanto influyeron en los impresionistas. Se transforman también, esas olas, en los personajes llenos de desconcierto que surgen del mar, sirenas o tritonas o quizá alguna ondina llevada por los ríos al agua salada.
En ocasiones, el vuelco de la ola queda aprisionado en un círculo o un óvalo, y se transmuta en caracola o lapa, o alguna otra forma casi mineral de los moluscos. Los peces surcan las aguas revueltas de estos grabados y acompañan también, en la lejanía, la silueta de los veleros que surcan las aguas. Barcos perdidos, sin rumbo, que parecen capitaneados por un lejano marino, quizá por un holandés errante, más que por la fuerza y la diligencia de un marino contemporáneo.
El mundo mítico que abarca el mar es tan inmenso como lo es su nombre, que se deleita en ofrecer imágenes infinitas al solo poder de su evocación. Desde el mar en calma hasta la tormenta, desde el azul del mar soleado a los grises y negros entintados del mar en la grisura del invierno o la oscuridad de la noche; el mar es siempre uno y cambiante, metáfora de la vida que a su vez engendra criaturas infinitas.
En los grabados de Paqui Martín encontramos en estos fragmentos, grabados circulares o cuadrangulares, una mirada, casi diría que un fragmento aumentado por la curiosidad y el deseo, de este mar que todo abraza.
Ángeles Alemán
Profesora Titular de Historia del Arte de la ULPGC
Crítica de Arte
Octubre 1998
El mar como metáfora
Desde Tomás Morales a Néstor, desde Quesada a García Álvarez; desde Padorno a Pepe Dámaso, lo noción poética del mar ha sido una constante en el arte y en la cultura de los canarios. Pocos autores en cualquiera de las múltiples disciplinas artísticas que se practican en las islas han ignorado su presencia en sus obras. Unos con mayor sentido simbólico que otros pero todos guardando una singular perspectiva estética, nos hablan del mar como un elemento de poder de sugestión, como algo consustancial a nuestra propia cultura y, por consiguiente, como una realidad constante en nuestro peculiar entorno vital.
Quizás por esa razón el protagonismo inquietante del mar en la obra de Paqui Martín se haya convertido en el signo más genuinamente personal de su lenguaje plástico. Lejos del abrumador preciosismo con que lo retratan frecuentemente legiones de pintores, Paqui se sumerge en él y lo explora con audacia, con curiosidad e instinto poético. No hay en sus sombríos grabados la menor señal de complacencia ni el menor deseo de captar fácilmente al espectador pero sí hay, en cambio, innumerables razones para compartir con ella su profundo deseo de explorar aquellos aspectos que la mirada convencional nunca ve, ese enigmático magnetismo que rodea siempre la imagen del mar, esa voracidad insaciable que tanto seduce al ojo humano y que tan a menudo ha sido glosada por artistas y fabuladores.
Para esta pintora, nacida en Las Palmas de Gran Canaria, las olas, los vientos y las tempestades, conjugados con armonía, constituyen el eje de un fenómeno cuyas connotaciones mitológicas le proporcionan la oportuna coartada intelectual para investigar donde otros, simplemente, se limitan a deambular confortablemente. De ahí que al examinar atentamente la treintena larga de grabados que integran su última exposición uno no puede por menos de estremecerse ante la fecundidad de un estilo tan inusualmente minucioso, elevado y seductor.
Puede que los espíritus tradicionales, es decir, los que sólo adoptan actitudes inequívocas frente a cualquier alteración de la realidad que les circunda, sólo vean en la obra de Paqui Martín una negrura excesiva y un dramatismo extremadamente crítico. En ese caso, jamás podrán experimentar ese sentimiento sobrecogedor que atraviesa cada una de sus obras, pero si acude a esta muestra con la natural disposición de una mente abierta a cualquier perspectiva experimental, habremos descubierto uno de los talentos más coherentes, fértiles y sensibles que han pisado durante los últimos años el campo del grabado en Canarias.
Claudio Utrera
Octubre 1996
“El viento ha sido siempre,
sobre todo,
un cazador de retórica.
(Agustín Espinosa, Lancelot, 28º-7’, 1929)
Cuenta Lyotard en su ya clásico “La Condición Postmoderna” que contaba Borges en su “Historia Universal de la Infamia” un cuento, tal y como a Saramago gusta decir de la escritura y la presencia, acerca de un Emperador que deseaba el plano más certero de su Imperio. La cita, que se pierde allá por el Seiscientos, la narración en fin, concluye con la propia decadencia del Imperio. El antojo del tirano por reflejar lo más verosímilmente su feudo, conduce a la ruina del mismo. Sus súbditos dedican tantas jornadas a satisfacer la debilidad del trono que pronto se suceden el colapso y la anarquía. La moraleja, que nos sugieren más de un eco de los consejos del príncipe de Maquiavelo y de la literatura bajomedieval, nos sitúa ante la atónita mirada del hombre ante su territorio.
Siempre he padecido, no voy a negarlo, una profunda curiosidad ante la cartografía. Búsqueda que me ha llevado desde el Atlas Famese a Durero, de Galllego al Manuscrito Harley. El hombre ha sido, como ser social, siempre parte de una estructura –por lo demás abstracta- que, se dice, representa su feudo. Aquello que no sugiere el plano no consta, sencillamente, no existe. Aún hoy, los sofisticados sistemas de los satélites descubren argumentos indistinguibles para el corto ojo humano. Nuestro país, por ejemplo, deja de existir durante una larga siesta de la Historia para delinearse nuevamente en la cartografía de la Baja Edad Media. Nuestras islas, sujetas a una esquiva certeza, han provocado el vuelco de la vista sobre la marea. Con un movimiento calmo, parsimonioso, el creador canario realiza su viaje entre el mar de nubes y el mar de leva. Es en este sentido en el que me parece significativa la aportación de Paqui Martín. Enfrentada al terrero desde el grabado, arte que ha corrido parejo a todas las Cosmovisones, especialmente a partir del Seiscientos, Martín diluye los vértices para sólo concretar los vientos del interior. La sabia disposición de los fondinos resitúa sus océanos en un plano cercano al célebre Fray Brandán. La leyenda de los pueblos marineros del Norte está llena de islas que no guardan coordenadas finas. Tierras en perpetuo movimiento al pairo del Tiempo y del Deseo. Islas de las que no podía regresar a tierra firme so pena de perder la vida. Estas Tierras Desconocidas, que al trazo tan solo puede denotar y nunca acotar, en las que no hay rastro humano –de qué otra manera podría ser- son “Punto de Partida” de un sendero mar adentro. Los vapores que la nave de Friedrich apura, los aromas de una nueva intensidad, quedan limitados en este Fin de Milenio en torno al lenguaje de la escritura y el tórculo, en torno al papel y a la tinta. De no mediar límites, esta nueva serie, como el cuento contado, sería una mera indagación en la certeza. Certeza que jamás da el lenguaje.
Frank González
Marzo, 1995
“Una mirada al mar”
No cabe duda que es el mar, junto con el fuego, los elementos definidores de nuestra conformación material y espiritual. El mar que curiosamente en Canarias ha sido históricamente poco tratado como elemento de reflexión y análisis (con la excepción de Néstor) encuentra en los últimos años una eclosión de manifestaciones plásticas –Padorno, Juan J. Gil, Pedro González, Grupo Espiral “Donde el Mar” (30 interpretaciones)- a los que, ahora, se suma la obra de Paqui Martín.
En la poética…”el mar es camino”. El mar es una larga carretera./Comienza aquí, delante de mi casa;/arranca desde aquí, sobre la orilla/y va, como una larga cinta echada/desde mi puerta al infinito, afuera. (El mar la carretera. Manuel Padorno, 1994). A veces “es límite” : Náufrago en estas islas, espero agonizando/entre viejos camaradas vestidos de banderas transitorias. (Anábasis. Teodoro Santana, 1994). Para Ángel Sánchez el mar “son recuerdos”: con montoncitos de arena/sepultan las costeras/los números/salidos de la calabaza…(Travesía, 1987).
Para Paqui Martín el mar forma parte de su memoria histórica. No es casualidad que sus dos exposiciones individuales (“Las Mareas de mis Sueños”, La Coruña, 1993) y la que hoy analizamos (“Las Mareas de mis Sueños II”, Arrecife de Lanzarote, 1994) versen sobre temas marinos. Su niñez está vinculada al mar y a su duro trabajo (Arguineguín) y en su actual residencia el piélago tiene una dominante presencia. El arte sincero es consecuencia del medio y nuestra artista no podía abstraerse a esa realidad.
Paqui Martín trabaja el grabado y la estampación desde hace 14 años. Investiga, de forma seria y coherente, nuevas formas y materiales en sus grabados, básicamente el aguafuerte (pasta de poliéster, colage, transferencias, roturas de planchas, fondinos, etc.) Liberados de los “ismos”, la investigación es el reto más importante del arte contemporáneo. Paqui Martín, además, se sincera en el tema y tiene la necesidad de navegar por rutas nuevas, creando formas inéditas.
Tenemos ante nosotros una obra que es consecuencia de un trabajo continuado, serio y actual. Paqui Martín comparte con uno de sus profesores, Felo Monzón, la idea de que “…la inspiración existe: son ocho horas de trabajo diario”. Sólo con una labor de investigación permanente se pueden conseguir los resultados que podemos observar en esta magnífica exposición. Obtener, además, una obra inequívocamente personal es, en estos momentos de copia comodona y comercial, motivo de reflexión y alegría. Por eso hemos recibido “Las mareas de mis sueños II” con agrado y también con esperanza.
La mirada que hace Paqui Martín en esta exposición mucho tiene que ver con nuestras tradiciones. La popa de sus botes lo son de la vela latina canaria. Son fragmentos de una regata vigilada por el dios Neptuno que aparece y desaparece bajo las olas. A veces, el mar es la vía de ida y vuelta y nos representa sólo la estela de lo inmediato; a veces nos manifiesta, en colores complementarios, boyas de referencia que permanecen indemnes a fuertes oleajes durante todas las horas del día…es su mirada al mar.
Rafael Monzón Geara
Presidente del Grupo Espiral
agosto de 1994